Durante las grandes rebeliones indígenas de 1780-1782, la Villa de San Felipe de Austria de Oruro fue uno de los escenarios donde se produjo una masiva sublevación. Mucho antes del 10 de febrero de 1781, en Oruro ya se vivía un escenario de “conflictos y (…) crisis económica”, a los que se sumaban las “rivalidades políticas entre el partido peninsular y el partido criollo, el desprecio de casta, los problemas en las milicias, el descontento popular, las provocaciones y peleas callejeras” (Cajías, 2005).
Las sublevaciones indígenas de Túpac Amaru (Cuzco) y de Tomás Katari (Chayanta-Norte Potosí), lo único que hicieron fue poner de “manifiesto la honda crisis social y política del dominio colonial”, abriendo “una coyuntura favorable para que sectores urbanos [de Oruro compuestos principalmente por criollos y mestizos] manifestasen su descontento” (Cajías, 2005), acciones donde las mujeres tendrían una activa participación.
Testigos de la época coinciden en asegurar que las mujeres fueron protagonistas clave, por ejemplo, en las movilizaciones y alborotos producidos el 9 de febrero. Este último fue motivado por el temor que había en los criollos ante una traición europea, quienes se decía iban a matarlos aprovechando la entrada de los indios a la ciudad. En particular, se mencionan los nombres de “María Feliz (…) y la hija de (…) Sebastián Pagador”, esta última por encabezar dichas movilizaciones (Cajías, 2004).
Así también, la noche del 10 de febrero se produjo una gran movilización desde el Cerro de Conchupata, liderizada por las mujeres de la ciudad, misma que llegó a la plaza principal y derivó en la posterior toma de la ciudad. Las autoridades españolas, como el corregidor chapetón Ramón Urrutia y las Casas, escaparon mientras el resto de pobladores europeos intentaron ocultarse donde podían, ante el saqueo de sus casas. El levantamiento se mantuvo activo hasta noviembre de 1782, mes en que un ejército realista junto al ex corregidor Urrutia retomaron la ciudad. El Virrey del Río de la Plata, Juan José de Vértiz y Salcedo, ordenó la investigación y captura de las y los principales caudillos.
En 1784, junto a revolucionarios como Juan de Dios, Jacinto Rodríguez de Herrera, Manuel Herrera, Clemente Menacho y Gabriel Menéndez, entre otros, tres de las lideresas más connotadas de la rebelión orureña fueron enviadas prisioneras a la ciudad de Buenos Aires. Nos referimos a Josefa Goya, María Quiroz y Francisca Orosco. Su sentencia de prisión señalaba: “María Josefa Goya (…) acusada de haber proferido expresiones muy criminales, María Quiroz (…) acusada de haber obligado a las señoras a vestirse en traje de indias y Francisca Orosco (…) por incitar y ejecutar el incendio de la casa de los europeos” (Arze, Cajías y Medinaceli, 1997:93).
Las tres estuvieron presas durante varios años. En el caso de María, falleció aun estando encarcelada en 1787. Por su parte, Josefa recuperó su libertad, pero pasó penurias al no poder encontrar trabajo en Buenos Aires. Finalmente, en marzo de 1789, Francisca fue liberada. Según el militar realista Sebastián Segurola, aquella “merecía el castigo más ejemplificador por la animosidad con que al momento mismo de la sublevación se declararon los más inexorables ejecutores de aquellas depravadas ideas, (…) enarbolando el estandarte de Tupac Amaru…especialmente Francisca Orosco” (Arze, et al, 1997:94). Estas declaraciones, por un lado, no hacen más que corroborar el “carácter anti-español y anti-colonial del movimiento” (Arze, et al, 1997:93) y, por el otro, el importante rol que tuvieron las mujeres en el mismo.
Bibliografía
Arze, S., Cajías, M. y Medinaceli, X. (1997). Mujeres en Rebelión. La presencia femenina en las rebeliones de Charcas del siglo XVIII. La Paz: Ministerio de Desarrollo Humano. Cajías de la Vega, F. (2005). Oruro 1781: Sublevación de Indios y Rebelión Criolla. La Paz: IFEA.
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